EL PROBLEMA DE LA IDENTIDAD
Por: Gabriel Castillo-Herrera. INTRODUCCIÓN. Desde un punto de vista teórico, importa abordar la cuestión de la identidad desde la primera instancia: desde la perspectiva del yo. Nuestro nacimiento es un acto involuntario y pasamos los primeros tiempos en una relación en la que no acertamos a comprender hasta dónde llega nuestro yo y hasta dónde somos una extensión de nuestra madre; esto es una relación dependiente, simbiótica. Hasta después somos conscientes de nuestra separatidad, que –según Erich Fromm- es la fuente de toda angustia; sin embargo, todo nos empuja –para abatir ese estado de angustia- a la homologación (en sí, estandarización) con los demás seres humanos; de la misma forma en que nacemos –acto involuntario, repito- se nos inculcan conocimientos, costumbres, valores, creencias, heredades de todo tipo, etc. De tal forma que yo no soy yo; sino una síntesis de quienes me precedieron en lo social y en mi entorno particular. Entonces, aquí lo trascendente es encontrar la identificación con uno mismo: construirse a sí mismo (léase literalmente) como individuo. Opina Jean Paul Sartre, desde su perspectiva existencialista, que estamos condenados irremediablemente a la libertad; no obstante, ello no ocurre sino hasta que nos asumimos como seres libres, cuando sometemos a una crítica despiadada todo lo que existe y que se nos ha inculcado; cuando nos desprendemos de la “basura”, de lo que ya no sirve, de lo caduco. Una vez alcanzado esto –lo que no es frecuente- accedemos a nuestra yoidad, a nuestra individualidad plena, con lo que estaremos en condiciones de reconocernos libres. El siguiente paso –después de arriesgarnos a ser libres- es reconocer la individualidad, la libertad, de los demás. Volviendo a Fromm, esto es un acto de amor; pero de un amor muy distinto al cual nos ha sometido la estandarización que promueve el sistema capitalista. Claro es que empieza con la pareja, pero más allá es Humanismo. Y ahí es donde se genera la identidad con los demás. Parecería un contrasentido; pero partiendo del acto de asumir la soledad -en el sentido del estar con uno mismo, el ser libre, desprendido, autónomo- deviene el reconocimiento de pertenencia -de identidad social- y deja de ser fuente de angustia. Es, en última instancia, la única vía para alcanzar las prerrogativas lanzadas a viva voz por los revolucionarios franceses: “¡Libertad, Igualdad y Fraternidad”; y, así, asumidas precisamente en ese orden de sucesión dejan de ser solamente componentes de una consigna callejera para convertirse en premisa filosófica.