El auto "destape" de AMLO
El auto “destape” de AMLO para las elecciones presidenciales del 2012 adquiere gran relevancia por las particularidades que rodean tal decisión.
El espacio electoral –o electorero- se dirige hacia un bipartidismo típico, como el que funciona –o disfunciona- en los EEUU: un sistema de elecciones que disfraza a un mismo proyecto económico, social y político con dos máscaras que al final de cuentas sólo está diseñado para que los electores se engañen con el espejismo de la democracia; una democracia cuyo resultado sólo privilegia a los sectores económicamente pudientes.
En las elecciones para renovar algunas gubernaturas estatales, con la presentación de candidaturas comunes por parte del PAN y la mafia que tomó por asalto la dirección del PRD, tal característica se hizo evidente. Juntos, como si el agua y el aceite pudieran hacerlo, se lanzaron contra el PRI. Y perdieron. Perdieron porque quien derrotó al PRI fue el fastidio y la rabia de los pobladores –el pueblo, pues- de tres estados de la República. Los partidos, los tres grandes (o, ¿debemos hablar de dos?), y con más razón los liliputenses, ya no dan para más. La imagen que dan todas las agrupaciones partidarias es que son unas pandillas que sólo ven por su beneficio, no por quienes dicen representar. Están de espaldas ante quienes sufragan.
Y a tal circunstancia parece que se atiene López Obrador. La organización que se está gestando desde la base misma de la sociedad con los comités por barrio, por colonia, apunta a la creación de –como escribí en algún lugar después de la guerra del 2006- “un virtual frente popular”. El esclerótico sistema de partidos en México y la gente que se ha eternizado en el poder político –los viejos y los nuevos- y sus compinches que se han enriquecido a expensas del gobierno (lo mismo da: el Grupo Atlacomulco o los de la “libre” empresa) debieran poner a remojar las barbas. Porque una cosa es luchar con todo su dinero y mañas contra López Obrador -como en el 2006- y otra, muy distinta, hacerlo contra un pueblo harto de gobernantes ineptos, desnacionalizados y corruptos. La Historia da fe de ello.
El espacio electoral –o electorero- se dirige hacia un bipartidismo típico, como el que funciona –o disfunciona- en los EEUU: un sistema de elecciones que disfraza a un mismo proyecto económico, social y político con dos máscaras que al final de cuentas sólo está diseñado para que los electores se engañen con el espejismo de la democracia; una democracia cuyo resultado sólo privilegia a los sectores económicamente pudientes.
En las elecciones para renovar algunas gubernaturas estatales, con la presentación de candidaturas comunes por parte del PAN y la mafia que tomó por asalto la dirección del PRD, tal característica se hizo evidente. Juntos, como si el agua y el aceite pudieran hacerlo, se lanzaron contra el PRI. Y perdieron. Perdieron porque quien derrotó al PRI fue el fastidio y la rabia de los pobladores –el pueblo, pues- de tres estados de la República. Los partidos, los tres grandes (o, ¿debemos hablar de dos?), y con más razón los liliputenses, ya no dan para más. La imagen que dan todas las agrupaciones partidarias es que son unas pandillas que sólo ven por su beneficio, no por quienes dicen representar. Están de espaldas ante quienes sufragan.
Y a tal circunstancia parece que se atiene López Obrador. La organización que se está gestando desde la base misma de la sociedad con los comités por barrio, por colonia, apunta a la creación de –como escribí en algún lugar después de la guerra del 2006- “un virtual frente popular”. El esclerótico sistema de partidos en México y la gente que se ha eternizado en el poder político –los viejos y los nuevos- y sus compinches que se han enriquecido a expensas del gobierno (lo mismo da: el Grupo Atlacomulco o los de la “libre” empresa) debieran poner a remojar las barbas. Porque una cosa es luchar con todo su dinero y mañas contra López Obrador -como en el 2006- y otra, muy distinta, hacerlo contra un pueblo harto de gobernantes ineptos, desnacionalizados y corruptos. La Historia da fe de ello.