El Proceso de Conquista
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Imagen: "Y Dios Creó a la Mujer", Gabriel Castillo-Herrera.
(El texto forma parte del libro: "Desatarse a Tiempo", de Gabriel Castillo-Herrera)
2.- EL PROCESO DE CONQUISTA
¿Qué es la conquista?
Una vez que la feniletilamida ha hecho su trabajo en el cerebro del enamorado, da paso a la disputa entre el yo consciente y el inconsciente. “¿Le digo que me quiero acostar con ella (él), o le regalo flores y le llevo serenata (o me porto amable y le coqueteo)?”. Por factores culturales, la primera opción, por lo regular, resulta desechada antes de que pueda ser procesada conscientemente; aunque, en última instancia, aquella sea la finalidad; el deseo oculto. Así que se opta por dar un largo rodeo cuyo primer paso está constituido por la conquista. Y conquistamos como lo aprendemos de la experiencia ajena, colectiva: la de nuestros padres, de la escuela formal, de los medios de comunicación y difusión, de la deformada información e ignorante complicidad de los amigos del barrio, de lo que observamos en nuestro medio y clase social, de conceptos emanados de nuestra fe religiosa. (Como se podrá notar, nuestro actuar está condicionado por un extenso número de ataduras con el pasado y con el stablishment, no con el cambio y la renovación).
Desde que la humanidad tiene memoria –desde que, en rigor, hay historia, en tiempos ya del patriarcado- el papel de conquistador, por lo general, recae sobre el varón; lo cual no obsta para la excepción.
No hemos podido prescindir -a pesar de la evolución generada a lo largo de la historia de la humanidad, y aún de lo que conocemos de la prehistoria- de nuestra esencia animal. Tenemos que demostrar que somos el mejor ejemplar de macho para el apareamiento (y, ellas, la mejor hembra). Pero animales sofisticados, en función del desarrollo cultural a través de los siglos, tratamos de mostramos como los mejores prospectos para entablar una relación montada sobre un escenario dispuesto para cobijar una gran novela de amor; pero que muchas veces termina siendo una cursi representación melodramática, cuando no tragicomedia, porque el guión fue escrito para actores ideales; personas distintas a nosotros: viles mortales de carne y hueso.
¿Cómo iniciamos la conquista? No mostramos nuestro hermoso plumaje –como el avestruz que exhibe algo que le es intrínseco- sino con “plumajes” que son ajenos a nuestro ser; pero en íntima relación con el tener: vistiéndonos bien, montando sobre muchos caballos... de fuerza, dando regalos costosos (tanto como nuestro presupuesto lo permita; y aunque no lo permita, tal es una costumbre de moda: “¿cuánto debes?: tanto vales”). Y si es menester mostrar el “plumaje” propio, lo que se refiere al ser, enseñamos lo mejor de nuestras virtudes –nunca los defectos-; y, si no las tenemos, las inventamos. Nos inmolamos en el ara de la mentira a fin de apropiarnos (sí, apropiarnos; pues no hay otro camino en una sociedad regida por el tener) de la persona, ni siquiera de su amor.
Sin eufemismos: gastamos mucho dinero y saliva para comprarlas. Eso es conquistar a la mujer, desde tiempos inmemorables, y ellas fenecen de “amor” ante quien presuma los mejores “plumajes”. Y aunque el papel femenino en el proceso es pasivo, ellas se sirven de similares plumíferas estratagemas y de su físico. Es un modo de actuar históricamente aprendido, dada la condición de dependencia de la mujer respecto del hombre, que ha privado durante el patriarcado; modo que, dicho sea de paso, ha venido cambiando a partir de los años 60’s gracias a los movimientos que reivindican los derechos de la mujer y, recientemente, a la conceptuación, desarrollo y práctica, de las políticas de género.
Como contraparte de esto último, existen instancias que promueven perpetuar el pasado en función de intereses económicos. La publicidad es uno de ellos. Invita al consumo de diversos productos con el supuesto fin de destacar sobre las demás mujeres para conseguir conquistar su amor. “Sé más bella: embadúrnate de tal crema”; “¡Quítate los kilitos de más!”. “Sé totalmente Palacio”. “¡Píntate los pelos!”. Y con ellos: “Cómprate un Ford, ¿para qué te quiebras la cabeza?”. “Adquiere, endrógate, obtén...”
Y si la pretendida construcción de una relación afectiva, amorosa y sexual está cimentada sobre la varilla y el concreto de la conquista en los términos arriba planteados, ya es previsible lo endeble del edificio en su conjunto.
Pero ello es materia de los siguientes apartados.
¿Qué es la conquista?
Una vez que la feniletilamida ha hecho su trabajo en el cerebro del enamorado, da paso a la disputa entre el yo consciente y el inconsciente. “¿Le digo que me quiero acostar con ella (él), o le regalo flores y le llevo serenata (o me porto amable y le coqueteo)?”. Por factores culturales, la primera opción, por lo regular, resulta desechada antes de que pueda ser procesada conscientemente; aunque, en última instancia, aquella sea la finalidad; el deseo oculto. Así que se opta por dar un largo rodeo cuyo primer paso está constituido por la conquista. Y conquistamos como lo aprendemos de la experiencia ajena, colectiva: la de nuestros padres, de la escuela formal, de los medios de comunicación y difusión, de la deformada información e ignorante complicidad de los amigos del barrio, de lo que observamos en nuestro medio y clase social, de conceptos emanados de nuestra fe religiosa. (Como se podrá notar, nuestro actuar está condicionado por un extenso número de ataduras con el pasado y con el stablishment, no con el cambio y la renovación).
Desde que la humanidad tiene memoria –desde que, en rigor, hay historia, en tiempos ya del patriarcado- el papel de conquistador, por lo general, recae sobre el varón; lo cual no obsta para la excepción.
No hemos podido prescindir -a pesar de la evolución generada a lo largo de la historia de la humanidad, y aún de lo que conocemos de la prehistoria- de nuestra esencia animal. Tenemos que demostrar que somos el mejor ejemplar de macho para el apareamiento (y, ellas, la mejor hembra). Pero animales sofisticados, en función del desarrollo cultural a través de los siglos, tratamos de mostramos como los mejores prospectos para entablar una relación montada sobre un escenario dispuesto para cobijar una gran novela de amor; pero que muchas veces termina siendo una cursi representación melodramática, cuando no tragicomedia, porque el guión fue escrito para actores ideales; personas distintas a nosotros: viles mortales de carne y hueso.
¿Cómo iniciamos la conquista? No mostramos nuestro hermoso plumaje –como el avestruz que exhibe algo que le es intrínseco- sino con “plumajes” que son ajenos a nuestro ser; pero en íntima relación con el tener: vistiéndonos bien, montando sobre muchos caballos... de fuerza, dando regalos costosos (tanto como nuestro presupuesto lo permita; y aunque no lo permita, tal es una costumbre de moda: “¿cuánto debes?: tanto vales”). Y si es menester mostrar el “plumaje” propio, lo que se refiere al ser, enseñamos lo mejor de nuestras virtudes –nunca los defectos-; y, si no las tenemos, las inventamos. Nos inmolamos en el ara de la mentira a fin de apropiarnos (sí, apropiarnos; pues no hay otro camino en una sociedad regida por el tener) de la persona, ni siquiera de su amor.
Sin eufemismos: gastamos mucho dinero y saliva para comprarlas. Eso es conquistar a la mujer, desde tiempos inmemorables, y ellas fenecen de “amor” ante quien presuma los mejores “plumajes”. Y aunque el papel femenino en el proceso es pasivo, ellas se sirven de similares plumíferas estratagemas y de su físico. Es un modo de actuar históricamente aprendido, dada la condición de dependencia de la mujer respecto del hombre, que ha privado durante el patriarcado; modo que, dicho sea de paso, ha venido cambiando a partir de los años 60’s gracias a los movimientos que reivindican los derechos de la mujer y, recientemente, a la conceptuación, desarrollo y práctica, de las políticas de género.
Como contraparte de esto último, existen instancias que promueven perpetuar el pasado en función de intereses económicos. La publicidad es uno de ellos. Invita al consumo de diversos productos con el supuesto fin de destacar sobre las demás mujeres para conseguir conquistar su amor. “Sé más bella: embadúrnate de tal crema”; “¡Quítate los kilitos de más!”. “Sé totalmente Palacio”. “¡Píntate los pelos!”. Y con ellos: “Cómprate un Ford, ¿para qué te quiebras la cabeza?”. “Adquiere, endrógate, obtén...”
Y si la pretendida construcción de una relación afectiva, amorosa y sexual está cimentada sobre la varilla y el concreto de la conquista en los términos arriba planteados, ya es previsible lo endeble del edificio en su conjunto.
Pero ello es materia de los siguientes apartados.