De la Necesidad y las Creencias
ACERCA DE LA NECESIDAD Y LAS CREENCIAS.
¿Creer es una necesidad? Desde un punto de vista cercano a lo teológico se afirma que sí; pero, en sentido estricto, ni siquiera el saber lo es. En esencia, los seres vivos necesitan únicamente lo que les hace posible la existencia: comer, beber, respirar, recibir los rayos del Sol, etc.
No obstante, para hacer posible y asequible la existencia es menester –o necesario- investigar, descubrir, experimentar, para alcanzar el conocimiento: Creer, de poco o nada nos sirve. Veamos:
La finalidad que el ser humano se planteó, obligado por las circunstancias, desde los días más lejanos, fue conocer el mundo que lo rodeaba. El motivo para ello no fue el ansia de saber per se o cualquier otro que tuviera que ver con aspiraciones de carácter intelectual ni mucho menos; lo impuso la necesidad material por excelencia: la subsistencia, el reproducir su existencia día con día.
Correspondió al Hombre que la Naturaleza le asignara el constituirse en conciencia de sí misma; le dio la mente más compleja sobre la faz de la Tierra. Si bien, dotó a todos los seres vivos del instinto -inclusive, en forma primitiva, al reino vegetal- el regalo que la especie humana recibió fue el de ser depositario de la simiente del pensamiento abstracto.
Sin embargo, esa dádiva debió sujetarse a un largo proceso de desarrollo cuyo motor, como arriba se dijo, fue la necesidad existencial; primero la individual y luego –conforme creció la calidad gregaria de los seres y, con ello, sus necesidades- la social. Conocer el mundo y, a la par o posteriormente, actuar sobre él para arrebatarle “más de lo que buenamente pudiera ofrecerle”.
Ese deseo impuso al humano el especular sobre la mejor forma de llevar a cabo el objetivo primario. Descubrió las maneras de organizarse para el trabajo y cómo desarrollar los medios para tal fin. Cómo producir, cómo consumir racionalmente y qué hacer con los excedentes -cuando ello fue posible- en función de la cuota derivada de las formas de propiedad y la circulación de lo producido en función del desarrollo de las estructuras sociales.
Así nació la economía.
Hoy se dice que la Economía es la ciencia que trata de los negocios, lo que a la vista de lo anterior, resulta limitada. Esta tipo de definiciones, reduccionistas, de corte “moderno” adolecen de carencia de visión histórica. Y se incurre en ese tipo de errores en las distintas ciencias sociales. Así, la Política, no nació como una ciencia que trata de las diversas formas de gobierno, entendidas como maneras de ejercer el poder desde las altas esferas del Estado; más bien, emergió como vía necesaria de organizar la sociedad, desde abajo, para el bien común.
Pero volvamos al inicio de la reflexión.
Creer, dice el diccionario, es “... tener por cierta una cosa que el entendimiento no alcanza... “. De esta suerte, creer no responde, no da solución, a una necesidad; mucho menos, es una necesidad. El creer sólo constituye el andamiaje de un sistema de fe, que lleva al establecimiento de dogmas en las diversas esferas del quehacer, teórico y práctico, humano.
Creer es, pues, una actitud pasiva, carente de crítica, de calidad especulativa, ante lo que se ignora.
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¿Creer es una necesidad? Desde un punto de vista cercano a lo teológico se afirma que sí; pero, en sentido estricto, ni siquiera el saber lo es. En esencia, los seres vivos necesitan únicamente lo que les hace posible la existencia: comer, beber, respirar, recibir los rayos del Sol, etc.
No obstante, para hacer posible y asequible la existencia es menester –o necesario- investigar, descubrir, experimentar, para alcanzar el conocimiento: Creer, de poco o nada nos sirve. Veamos:
La finalidad que el ser humano se planteó, obligado por las circunstancias, desde los días más lejanos, fue conocer el mundo que lo rodeaba. El motivo para ello no fue el ansia de saber per se o cualquier otro que tuviera que ver con aspiraciones de carácter intelectual ni mucho menos; lo impuso la necesidad material por excelencia: la subsistencia, el reproducir su existencia día con día.
Correspondió al Hombre que la Naturaleza le asignara el constituirse en conciencia de sí misma; le dio la mente más compleja sobre la faz de la Tierra. Si bien, dotó a todos los seres vivos del instinto -inclusive, en forma primitiva, al reino vegetal- el regalo que la especie humana recibió fue el de ser depositario de la simiente del pensamiento abstracto.
Sin embargo, esa dádiva debió sujetarse a un largo proceso de desarrollo cuyo motor, como arriba se dijo, fue la necesidad existencial; primero la individual y luego –conforme creció la calidad gregaria de los seres y, con ello, sus necesidades- la social. Conocer el mundo y, a la par o posteriormente, actuar sobre él para arrebatarle “más de lo que buenamente pudiera ofrecerle”.
Ese deseo impuso al humano el especular sobre la mejor forma de llevar a cabo el objetivo primario. Descubrió las maneras de organizarse para el trabajo y cómo desarrollar los medios para tal fin. Cómo producir, cómo consumir racionalmente y qué hacer con los excedentes -cuando ello fue posible- en función de la cuota derivada de las formas de propiedad y la circulación de lo producido en función del desarrollo de las estructuras sociales.
Así nació la economía.
Hoy se dice que la Economía es la ciencia que trata de los negocios, lo que a la vista de lo anterior, resulta limitada. Esta tipo de definiciones, reduccionistas, de corte “moderno” adolecen de carencia de visión histórica. Y se incurre en ese tipo de errores en las distintas ciencias sociales. Así, la Política, no nació como una ciencia que trata de las diversas formas de gobierno, entendidas como maneras de ejercer el poder desde las altas esferas del Estado; más bien, emergió como vía necesaria de organizar la sociedad, desde abajo, para el bien común.
Pero volvamos al inicio de la reflexión.
Creer, dice el diccionario, es “... tener por cierta una cosa que el entendimiento no alcanza... “. De esta suerte, creer no responde, no da solución, a una necesidad; mucho menos, es una necesidad. El creer sólo constituye el andamiaje de un sistema de fe, que lleva al establecimiento de dogmas en las diversas esferas del quehacer, teórico y práctico, humano.
Creer es, pues, una actitud pasiva, carente de crítica, de calidad especulativa, ante lo que se ignora.
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Acerca de la necesidad y las creencias (II)
La soberbia de creerse creado a imagen y semejanza de Dios ha hecho suponer al ser humano de los últimos dos milenios, que la época en que vive es la cima de la civilización, la de los insuperables logros, los definitivos, los –literalmente- non plus ultra, que se han generado durante el paso de la especie por la faz de la Tierra.
Sin embargo, ¿a qué dios se semeja? Las tres grandes religiones surgidas en Oriente Medio que mantienen más adeptos en la actualidad (obviamente, sin contar a las de la India y el lejano Oriente), de origen común y muy parecidas, se forjaron alrededor de hace 2,000 años. Sin embargo, habría que acercarse y enfrentarse al hecho de que hace unos 35,000 años (época en que empezaron las migraciones a través del Estrecho de Behring) el ser humano ya practicaba algunos actos rituales que pudiera suponer la adoración de rústicos dioses, aunque estos estaban muy lejos de parecerse a los actuales desde la perspectiva o conceptuación humana (ni siquiera eran antropomorfos, cuerpos celestes ni fenómenos naturales; acaso fetiches). Si todas las religiones coinciden en que Dios –su dios, el de cada una de ellas- forjó el Universo y, por ende, al mismo Hombre, ¿cómo entender que alguno de ellos, cuyo rito tiene apenas, como se dijo, 2,000 años es El Verdadero? ¿No será, acaso, sólo una demostración de la soberbia de nuestra época? ¿Qué tenemos los seres humanos de los últimos dos milenios que nos fue dado el carisma de la revelación de la verdad?
NB: [La clasificación de la Historia que nos rige, sitúa el estadio actual como Historia Contemporánea. ¿Qué tan “contemporánea” podrá ser dentro de 2,000 años? ¿Cómo nos mirarán los, literalmente, contemporáneos de entonces? Como unas soberbias antiguallas que fantasearon con que se había llegado al final de la Historia. ¿Qué tan “moderna” la Revolución Francesa? Como la Edad de Piedra de los Derechos del Hombre]
A partir de la toma de conciencia del carácter indubitablemente finito de su existencia, el Hombre entiende que de nada puede estar más seguro que de su muerte; ello desencadena una angustia que lo acompañará hasta el final de sus días.
¿Qué ha hecho? Inventar la. “necesidad” de creer en algo que le salve de su agobio ante lo que –por necesidad, aquí sí, en sentido estricto- le acontecerá: dejar el mundo de los vivos; es entonces que elabora complejas soluciones:
1.- Inmortalizar la época en que vive. Preservarla, privarla de futuro; aquí se acaba el Tiempo, la Historia.
2.- Desarrollar sistemas de creencias y elevarlas a rango “conocimiento” de que más allá de esta vida hay otra, eterna, donde sólo llegan unos cuantos “elegidos”, postura con la que –también- destruye o, al menos, detiene el Tiempo.
La soberbia de creerse creado a imagen y semejanza de Dios ha hecho suponer al ser humano de los últimos dos milenios, que la época en que vive es la cima de la civilización, la de los insuperables logros, los definitivos, los –literalmente- non plus ultra, que se han generado durante el paso de la especie por la faz de la Tierra.
Sin embargo, ¿a qué dios se semeja? Las tres grandes religiones surgidas en Oriente Medio que mantienen más adeptos en la actualidad (obviamente, sin contar a las de la India y el lejano Oriente), de origen común y muy parecidas, se forjaron alrededor de hace 2,000 años. Sin embargo, habría que acercarse y enfrentarse al hecho de que hace unos 35,000 años (época en que empezaron las migraciones a través del Estrecho de Behring) el ser humano ya practicaba algunos actos rituales que pudiera suponer la adoración de rústicos dioses, aunque estos estaban muy lejos de parecerse a los actuales desde la perspectiva o conceptuación humana (ni siquiera eran antropomorfos, cuerpos celestes ni fenómenos naturales; acaso fetiches). Si todas las religiones coinciden en que Dios –su dios, el de cada una de ellas- forjó el Universo y, por ende, al mismo Hombre, ¿cómo entender que alguno de ellos, cuyo rito tiene apenas, como se dijo, 2,000 años es El Verdadero? ¿No será, acaso, sólo una demostración de la soberbia de nuestra época? ¿Qué tenemos los seres humanos de los últimos dos milenios que nos fue dado el carisma de la revelación de la verdad?
NB: [La clasificación de la Historia que nos rige, sitúa el estadio actual como Historia Contemporánea. ¿Qué tan “contemporánea” podrá ser dentro de 2,000 años? ¿Cómo nos mirarán los, literalmente, contemporáneos de entonces? Como unas soberbias antiguallas que fantasearon con que se había llegado al final de la Historia. ¿Qué tan “moderna” la Revolución Francesa? Como la Edad de Piedra de los Derechos del Hombre]
A partir de la toma de conciencia del carácter indubitablemente finito de su existencia, el Hombre entiende que de nada puede estar más seguro que de su muerte; ello desencadena una angustia que lo acompañará hasta el final de sus días.
¿Qué ha hecho? Inventar la. “necesidad” de creer en algo que le salve de su agobio ante lo que –por necesidad, aquí sí, en sentido estricto- le acontecerá: dejar el mundo de los vivos; es entonces que elabora complejas soluciones:
1.- Inmortalizar la época en que vive. Preservarla, privarla de futuro; aquí se acaba el Tiempo, la Historia.
2.- Desarrollar sistemas de creencias y elevarlas a rango “conocimiento” de que más allá de esta vida hay otra, eterna, donde sólo llegan unos cuantos “elegidos”, postura con la que –también- destruye o, al menos, detiene el Tiempo.
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